Cualidades de un profesor. Del libro LA ESENCIA DEL YOGA-VOLUMEN III-B.K.S. Iyengar.

Es muy importante que os sintáis mentalmente fuertes en un principio, aunque no conozcáis todos los detalles de esta disciplina.

Deberíais tener una actitud positiva dentro de vuestras limitaciones.

En el momento en que la duda se trasluzca en vuestra enseñanza, habréis sembrado la semilla de la duda en vuestros alumnos. No reflejéis duda al enseñar, ni sembréis la duda en ellos. Los alumnos saben leer vuestra cara, y nunca confiarán en vosotros si vuestras expresiones y acciones son dubitativas.

Ahora bien, tampoco os sintáis siempre seguros de vuestra enseñanza. Si lo hacéis, será porque se ha apoderado de vosotros el orgullo. Para verificar vuestro conocimiento, deberíais tener una actitud escéptica: «Voy por el buen camino?»; eso os dará la oportunidad de revisar en vosotros mismos lo que hacéis, y adquirir firmeza. Pero mientras enseñáis, no debéis tener ni sombra de duda.
Enseñar yoga es muy difícil; sin embargo, es uno de los mejores servicios que podéis hacer por los seres humanos. Trabajad, no como profesores, sino como aprendices del arte de enseñar. Aprended de vuestros alumnos, observando su cuerpo y su mente, pues no son iguales en todos los individuos. Y dado que varían, es vuestro deber crear unidad y un estado de sensaciones unificadas en sus cuerpos y mentes. Hasta que no seáis capaces de hacer esto, considerad que sois todavía aprendices. 

Como profesores, la Providencia os otorga el don de aprender, a fin de que podáis impartir conocimientos a medida que vuestra experiencia crece. No os digáis: «Como soy profesor, no me queda nada por aprender», pues eso es lo que abre la puerta al orgullo. Debéis enseñar con seguridad, pero a la vez buscar en vuestro interior y averiguar si habéis creado dudas o confusión con vuestra actitud, y examinar cuántos cabos sueltos han quedado en vuestras expresiones y
sensaciones. Estudiad una y otra vez vuestras palabras y acciones, las equivocaciones y aciertos cometidos mientras enseñabais. Examinaos por dentro una y otra vez, y ganaos la confianza de vuestros alumnos. Reflexionad una y otra vez sobre lo que hayáis hecho, y volved a trabajar sobre ello en vosotros mismos para averiguar dónde os equivocasteis al dar explicaciones o hacer ajustes.

Antes de enseñar, aseguraos de que vuestros conocimientos son correctos. Ni ocultéis ni mostréis vuestra ignorancia. En lugar de ello, comprended y aprended, reafirmaos y aumentad vuestro conocimiento. Dad lo que sabéis con una mente abierta; no ocultéis lo que sabéis. Ocultar lo que uno sabe es también orgullo oculto. Dad a los alumnos pistas, tanto bastas como sutiles, en el arte de enseñar, para que adquieran fe y confianza.

Si cometéis errores, ¿qué haréis? Dirigíos de nuevo a los alumnos. No os protejáis ni protejáis vuestro cuerpo, pero acudid, salid raudos a proteger a vuestros alumnos de cualquier daño. Como profesores, debéis dejar a un lado el protegeros a vosotros mismos; atended a los alumnos primero, y ya pensaréis luego en vuestra propia salvación.
Debéis saber también que es muy raro ver a un profesor exteriormente fuerte pero humilde en su interior. Sois mis alumnos, y yo soy vuestro profesor. Vosotros creéis que existe una diferencia entre vosotros y yo; pero yo no veo ninguna diferencia entre nosotros.

Considero un privilegio que hayáis acudido a mí, y por eso en mi interior os trato como a dioses. Tratad a cada alumno como a un dios en vuestro corazón, pero exteriormente tratadlo como alumno. Sed exteriormente fuertes, pero sentid en vuestro interior que servís a los alumnos como formas de Dios. Esto os conferirá la cualidad de ser profesores auténticos.
Acoged esto con humildad, pues el Sí-mismo es sólo uno. Las almas de vuestros alumnos y la vuestra son una misma alma. Quizá exteriormente esas personas sean vuestros alumnos, pero interiormente son vuestros amigos; sois compañeros de viaje. Al igual que servís a vuestros padres lo mejor que sabéis, servid a vuestros alumnos con esa misma actitud. En el exterior, mostrad que existe una diferencia, que un alumno es un alumno y que cada uno de vosotros es el profesor, pero no en vuestros corazones. Éste es el primer requisito para llegar a ser un buen profesor.
El profesor no debería esperar demasiado de sus alumnos, y a la vez el profesor debería crear interés y alentar el celo en ellos. Indudablemente podéis decir: «Espero más de ti»; pero tendréis que descubrir constantemente nuevas maneras que permitan al estudiante aprender, a fin de que su entusiasmo no decaiga. Recordad que el conocimiento y la comprensión no acaban nunca. No decidáis los límites mínimo y máximo del alumno, ni su capacidad y limitaciones, en lugar de esto, aconsejadle que siga avanzando.
Entre un gurú y su alumno tiene que haber dualidad y no-dualidad.
En la infancia, los hijos dependen de sus padres y necesitan su guía, pero con el paso del tiempo se vuelven independientes y los hijos, ya crecidos, se hacen amigos de sus padres. Del mismo modo, después de haber enseñado correctamente y de que los alumnos hayan progresado bien y madurado, dejadles que sean independientes. Es así como ha de mantenerse el equilibrio entre la cualidad del apego y del desapego.
La disciplina yóguica es más importante que la relación entre profesor y alumno. Ni el profesor ni el alumno pueden tomar esta disciplina a la ligera. Así pues, respetad el yoga. Si los alumnos van por mal camino, será necesaria una amonestación. No se trata de que seáis continuamente condescendientes; hacedles saber cuál es su responsabilidad. Guardad silencio cuando alguno destaque. Si le alabáis, estaréis alabándoos a vosotros mismos y, al mismo tiempo, sembrando las semillas del egotismo en vuestros alumnos. El ego es el gran enemigo del camino del yoga; quizá más peligroso aún que la ignorancia. 

Del libro LA ESENCIA DEL YOGA-VOLUMEN III-B.K.S. Iyengar.

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