Si queréis que os diga la verdad, estos títulos son innecesarios; pero, desgraciadamente, el mundo los exige. En todas partes y en todos los terrenos existe el fraude, ya sea material, físico o espiritual. Si nos relajamos y empezamos a expedir títulos sin ningún control, estaremos contribuyendo a ese fraude. El propósito de un título es simplemente verificar la autenticidad de algo. Y es cierto que os preguntarán: «¿Dónde habéis aprendido? ¿Tenéis algún título que os cualifique para enseñar?». Por eso lo necesitáis.
Con frecuencia, el profesor se ve arrastrado por el afecto que el alumno siente hacia él, y se establece entre ellos un vínculo emocional. Tal vez el profesor no sepa cuál es la intención del alumno.
Vuestras emociones como profesores y el egoísmo de alumnos pueden acarrearos problemas. No os dejéis influir. No mostréis favoritismo. Dejad de lado las influencias. Daos cuenta de que sólo el criterio directo, en el que no interviene la emoción, permite obtener una titulación de calidad. Si el profesor tiene un título en su haber, esto inspira confianza en los alumnos; de lo contrario, los alumnos no confían en él. No se da el título para que hagáis uso indebido de él o para que os enorgullezcáis de ser profesores. El título no es el final del conocimiento, sino más bien el principio.
Sentid en lo más hondo de vuestros corazones que los alumnos os pagan cierta suma de dinero no por vuestra labor como profesores, sino como estipendio para que aprendáis el arte de enseñar y podáis llegar a ser buenos profesores. Los títulos os cualifican para recibir el estipendio que os permitirá llegar a ser buenos profesores.
El yoga es, indudablemente, fuente de enorme inspiración, fuerza de voluntad y confianza para poder ayudar a la humanidad con salud y contento. Por otro lado, alimenta el ego; y esta escalada del orgullo debe evitarse sin contemplaciones. Prestad atención al sí mismo interior.
Siento que os he enseñado como mejor he sabido hacerlo, y ahora espero que hagáis un buen servicio y enseñéis a aquellos que acudan a vosotros. Espero que les deis lo necesario para que, a pesar de las contrariedades de la vida, experimenten la satisfacción derivada del contento en la práctica del yoga.
No espero que todos mis alumnos sean honrados ni que me sean fieles. Quizá algunos se aparten, llevados por el orgullo o hinchados de vanidad por sus conocimientos. Tened siempre muy presente que no todos los estudiantes que acudan a vosotros buscarán conocimiento espiritual. Muchos vendrán simplemente porque su salud está hecha trizas y quieren recuperarla; quizá algunos incluso lo hagan porque una salud mejor les permitirá entregarse al disfrute y a la satisfacción indiscriminada de sus deseos sensuales y sexuales.
Debéis saber cuál es la naturaleza de cada persona que acuda a vosotros. Debéis servirles de guía y estar preparados para aconsejarles en el momento en que traspasen los límites de la indulgencia. Es necesario que estudiéis su psicología; tenéis que observar su comportamiento. Aconsejad y advertid sólo cuando estén cerca de la línea de peligro, no al comienzo. Como profesores, tenéis que esperar a que llegue el momento oportuno para hablar con los alumnos empleando las palabras correctas.
Suponed que llega a vosotros un alumno con un problema cardíaco, o cualquier otro problema, y quiere aprender yoga. Os cuenta que el médico le ha dicho que no debe fumar, beber ni comer carne.
Puede que vuestro consejo sea el mismo: «No fume usted; no coma carne». Pero imaginad que os contesta: «No he venido a que me dé usted el mismo consejo que me ha dado el médico; he venido a aprender yoga para ver cómo funciona». No hay ninguna garantía de que vaya a seguir vuestro consejo de no fumar y no comer carne. Puede que os haga caso y puede que no. Una persona que es adicta a algo no quiere abandonarlo de inmediato.
Como profesores, sin dar ninguna pista, tenéis que trabajar para detener esos impulsos arraigados en la persona; como profesores, tenéis que encontrar la manera de provocar una transformación en los alumnos. Cualquiera puede dar un consejo, pero sólo un profesor puede aportar un cambio real. En esto consiste el arte de enseñar.
Puesto que el yoga actúa en todos los niveles, tenéis que estudiar el calibre físico, intelectual y emocional de los alumnos que acuden en busca de ayuda. Algunos acuden porque desean una mera satisfacción sensual en sus vidas, y tal vez piensen que el yoga es la clave para obtenerla. Puede que acuda a aprender yoga un individuo que sea un maníaco sexual. Si acude a mí, no le hablaré de su debilidad, sino que trataré de convertirle al yoga y de mantenerle alejado de sus impulsos, prolongando para ello las sesiones de yoga todo lo posible. Es esto lo que debéis hacer, en lugar de deciros que es una mala persona y que no queréis enseñarle.
En el caso de que tengáis que enseñar a una persona que no os gusta, probablemente vuestro cerebro se limpiará. A veces llegan a uno alumnos que le resultan repulsivos. Recordad que ellos son vuestros verdaderos gurús, pues os ayudarán a fortaleceros. Dios ha debido de enviaros a esa persona, de modo que no os limitéis a decir: «Lo siento; no puedo enseñarle», Dios os pone a prueba para ver si sois capaces de mostrar tolerancia y crecer como seres humanos, lavando el cerebro del alumno por medio del yoga. Si le rechazáis, será indicio de que no habéis mejorado en absoluto como profesores y de que no sentís respeto hacia el yoga. En nuestro camino como profesores de yoga suelen aparecer esta clase de encrucijadas. Estad atentos y tened cuidado con ellas. Aceptad este tipo de situaciones y trabajad; averiguad si sois capaces de hacer que esos personajes o personalidades repugnantes maduren, a fin de que puedan llevar una vida de rectitud. Tomadlo como un reto. Nunca juzguéis a un alumno aplicando vuestros parámetros; evaluadlo de acuerdo con su propio nivel físico, emocional e intelectual. Su forma de hablar y su comportamiento os servirán de guía para saber cuánto podéis ayudarle, una vez que hayáis estudiado su capacidad. Según su nivel y su capacidad de comprensión, emplead en todo momento palabras expresivas para elevar su vida.
Descended al nivel del alumno para señalarle el camino. Vosotros lo conocéis, pero el alumno no. Tenéis que elevar al alumno poco a poco, desde su nivel al vuestro.
Estoy contento de que, desde 1968, el árbol del yoga haya crecido en este país y se haya convertido en un árbol formidable. Con él, han crecido también vuestras responsabilidades, y tenéis que llevar a la espalda una carga yóguica muy pesada. Teniendo en cuenta vuestra carga, no podéis descuidar vuestra práctica. Si no practicáis, no podéis enseñar. Es la ética de la enseñanza; sin ella, uno acaba siendo un profesor inmoral.
Si un alumno llega a vosotros con una enfermedad, imaginaos que esa enfermedad está en vosotros. Reflexionad y preguntaos: «Qué haría yo si tuviera este problema? ¿Cómo ejercitaría las partes afectadas? ¿Qué órganos están dañados?», y así sucesivamente.
Si os observáis de este modo, vuestra experiencia subjetiva os será de gran ayuda para ayudar a aquellos alumnos que Dios os envía para poneros a prueba. Necesitáis de vuestra propia práctica para resolver esta clase de problemas.
Continuad trabajando. Vosotros y yo nos hemos encontrado por la Voluntad de Dios. Por Su Voluntad hemos trabajado juntos y seguimos haciéndolo. Y vosotros debéis inducir a la siguiente generación a que también haga yoga.
No agrandéis cualquier posible malentendido entre vosotros como profesores. Hay tres maneras de hacer caso omiso de las habladurías: podéis olvidarlas, perdonarlas o sentiros indiferentes a ellas.
Si el resentimiento entre vosotros crece, significa que no estáis practicando yoga. El resentimiento es debido a la altivez de los egos. En el yoga, la única manera de que seáis amigos es haciéndoos concesiones mutuas. Si miráis un árbol, veréis que algunas ramas están derechas y otras torcidas; algunas hojas son hermosas y otras no; algunas están secas y otras acaban de brotar. También en las familias hay mentes retorcidas. Daos un margen y enseñad. Descubrid en qué aspectos coincidís y dónde coinciden vuestros respectivos niveles, ya que no podéis pedir a todo el mundo que coincida sólo en la cumbre.
Cada persona tiene una capacidad de comprensión distinta dependiendo de la evolución de su intelecto. Puede que una persona sea madura, otra prematura, que otra haya empezado a madurar y otra carezca de madurez. Tenemos que tomar en consideración todas estas debilidades y deficiencias y mostrar el camino. Para mostrar el camino, no podemos criticar. Sólo podemos criticar o reprender si el mismo error se comete repetidamente. Cuando se produce una desavenencia entre profesores, puede que con el tiempo degenere en odio; se convierte entonces en el cáncer de la mente. Es mejor que lo cortéis de raíz cuanto antes, reuniéndoos cara a cara, a fin de que no perturbe la armonía entre todos vosotros.
Os he dado libertad a todos. Nunca os he preguntado cuántos alumnos tenéis o cuánto ganáis. Cuando hay una libertad que es fruto de la comprensión, no hay cabida para los malentendidos.
Del libro LA ESENCIA DEL YOGA-VOLUMEN III-B.K.S. Iyengar.
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