Elementos del Yoga - Aurobindo

El Maestro del Yoga integral debe seguir, en lo posible, el método del Maestro de nuestro interior. Debe guiar al discípulo según la naturaleza de éste. La enseñanza, el ejemplo, la influencia, esos son los tres ejemplos del Gurú. Pero el Maestro prudente no debe tratar de imponer sus opiniones a la aceptación pasiva de la mente receptiva; utilizara solo aquello que es productivo y seguro, como una semilla que crecerá bajo el divino aliento interior. 
Debe tratar de despertar más que instruir; debe apuntar al crecimiento de las facultades y experiencia por medio de un proceso natural y una libre expansión. Debe proporcionar un método como una ayuda, como un recurso útil, y no como una formula imperativa y una rutina fija. Y debe estar siempre alerta contra cualquier intento de convertir los medios en una limitación y contra la mecanización del proceso. Todo su propósito debe consistir en despertar la luz divina y en poner en movimiento la fuerza divina, de la cual el mismo no es más que un instrumento y una ayuda, un vehículo o un canal.
El ejemplo es más poderoso que la instrucción; pero no es el ejemplo de los actos externos o el de carácter personal el que más importancia tiene. Este tiene su lugar y su utilidad; pero lo que más estimula la aspiración en los demás es el hecho central de la realización interior divina que gobierna toda su vida, su estado interno y todas sus actividades. Este es el elemento esencial y universal; el resto pertenece a la persona y circunstancias individuales. Es esta realización dinámica la que el sadhaka debe sentir y reproducir en sí mismo de acuerdo con su propia naturaleza; no necesita esforzarse para lograr una imitación desde el exterior, que puede muy bien esterilizar en lugar de producir frutos verdaderos y naturales.
La influencia es más importante que el ejemplo. La influencia no es la autoridad exterior del Maestro sobre su discípulo, sino el poder de su contacto, de su presencia, de la cercanía entre su alma y la de otro, a la que infunde, aunque en silencio, aquello que el mismo es y posee. Este es el supremo signo del Maestro. Puesto que el más grande Maestro no es tanto un Maestro con una Presencia que derrama en todos aquellos que la conciencia divina y la luz, poder, pureza y dicha que la constituyen son receptivos.
Y también es un signo del maestro de Yoga integral que no se arrogue la calidad de Gurú con un espíritu humanamente vano y de autoexaltación. Su tareas, si tiene una, no es más que un cargo recibido de lo alto; el mismo no es más que un canal, un vehículo o un representante. Es un hombre que ayuda a sus hermanos, un niño que guía a otras criaturas, una Luz que enciende otras luces, un alma despierta que despierta otras almas, a lo sumo, un Poder o una Presencia de lo Divino que llama hacia sí otros poderes de lo Divino.
El sadhaka que posee todas esta ayudas está seguro del alcanzar su meta. Una caída no será para él más que un medio para elevarse, y la muerte, un pasaje hacia el logro. Porque, una vez que ha encontrado su sendero, el nacimiento y la muerte pasan a ser nada más que procesos en el desarrollo de su ser y en la etapas de su jornada.
El tiempo es la ayuda restante necesaria para la efectividad del proceso. El tiempo se presenta al esfuerzo humano cómo un enemigo o un amigo, como una resistencia, un medio o un instrumento. Pero, en realidad, es siempre el instrumento el alma.
El tiempo es un campo de circunstancias y fuerzas que se encuentran y producen una progresión resultante cuyo curso aquel mide.
Para el ego es un tirano o una resistencia, para lo Divino, un instrumento. Por consiguiente, cuando nuestro esfuerzo es personal, el tiempo aparece como una resistencia, porque nos presenta todo el obstáculo de las fuerzas que están en conflicto con la nuestra. Cuando la tarea divina y la personal se combinan en nuestra consciencia, aparece como un medio y una condición. Cuando las dos se convierten en una sola, aparece como un auxiliar y un instrumento.
La actitud ideal del sadhaka con respecto al tiempo consiste en poseer una paciencia infinita, como si tuviera toda la eternidad para su logro y, no obstante desarrollar la energía que realizará ahora y con un dominio y una premura siempre crecientes, hasta alcanzar la milagrosa instantaneidad de la suprema Transformación divina.

Comentarios