Y uno a veces se desalienta. Se frustra. Se desesperanza.
Te cancelan un turno sin aviso. La obra social no te deposita. Te llega un correo de la caja informante el engrosamiento de tu deuda.
Y pensás: "para que estudie psicología". Y recordás otras opciones, otro destinos. Otras alternativas.
Fantaseas con otro pasado. Quizás más cómodo. Probablemente más bienaventurado.
Y lees con frustración una lista de ingresos por profesión publicada en un diario.
Y compruebas que tú carrera está dentro de las peores pagas.
Y eso te hace acordar de tu deuda con la caja. Y el aporte del monotributo. y el colegio que también te pide que abones matricula, siempre al día.
Y la obra social que todavía no te paga.
Y por el relato de tus pacientes conoces el detalle de la vida con otros ingresos.
Y tu paciente te cuenta que pronto viajará a de vacaciones.
Y vos recordás cuándo fue la última vez que te permitiste un fin de semana de vacaciones.
Y te duele saber que fue hace mucho.
Porque en esta profesión vacaciones pagas es un lujo.
Porque si dejas de trabajar no cobrás.
Porque el lucro cesante te limita.
Porque probablemente nunca cobraras un aguinaldo.
Y te volvés a preguntar: porqué estudie psicología?
Y soñas con otras posibilidades.
Con otras alternativas.
Con otros ingresos.
Y te ahogas en un mar de desencanto.
Y en ese momento llega ese paciente difícil de mitad de semana. Que te dice que está semana estuvo mejor. Que se quedó pensando en lo que vos le dijiste. Que le sirvió mucho la sesión de la semana pasada.
Y después recibís un mensaje de ese otro paciente. Ese que llegó con una ansiedad tan desbordante que no podía siquiera salir de su casa. Y te dice que este fin de semana por fin tiene una cita. Que está entusiasmado por conocerla. Que no sabe cómo agradecerte lo que hiciste por el.
Y por último llega esa niña que llegó destrozada. Que sufrió la perversidad del maltrato sobre su propio cuerpo. Que a temprana edad su propio padre abusó de ella.
Y al final de la sesión te regala un dibujo con un gatito comiendo un cupkate. Y en un ejercicio de contorcionista te da un abrazo alejando su carita de la tuya. Y la mamá te despide con gesto de agradecimiento. Porque su nena está mejor. Porque ya no sueña tanto con pesadillas de monstruos que la acechan por las noches.
Y vos quedas en silencio en un consultorio vacío.
Con esa extraña sensación de logro.
Con un orgullo hinchado por el trabajo cumplido.
Con gratitud por las ofrendas dadas.
Con esa vocación tan amorosa que te da esta profesión.
Y antes de apagar la luz para cerrar el consultorio miras a la pared donde reposa tu título enmarcado.
Y volvés a recordar porque estudiaste psicología.
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