Nacer... Morir...

¿Por qué nacimos? ¿Por qué debemos morir? ¿Qué clase de valor podemos extraer de esta frágil existencia?
La búsqueda de respuestas a todas estas preguntas fue la razón de ser del surgimiento del budismo.

Nuestras actitudes y creencias acerca de la muerte tienen una gran influencia en la forma en que enfocamos la vida.
Probablemente no exista un dolor mayor que el de ser separados de un ser querido a causa de la muerte. A pesar de que todos sabemos con la mayor de las certezas que nuestro tiempo es limitado y que nadie puede escapar de la impermanencia de la vida, aún así, esto no hace que nos preparemos para el impacto de la muerte o que abordemos nuestra propia e inevitable separación de este mundo.

El budismo nos enseña que no deberíamos eludir el hecho de la muerte sino confrontarlo cara a cara. Nuestra cultura contemporánea ha sido descrita como una cultura que busca evitar y negar la cuestión fundamental de nuestra mortalidad. El ser conscientes de la muerte, sin embargo, nos obliga a examinar nuestras vidas y a tratar de vivirlas de forma significativa.

La muerte nos capacita para atesorar la vida; nos despierta a la maravilla de cada momento compartido. En la lucha por navegar a través del dolor de la muerte, podemos forjar un radiante tesoro de fortaleza en las profundidades de nuestro ser. A través de esa lucha, nos volvemos más conscientes de la dignidad de la vida y nos mostramos más dispuestos a empatizar con el sufrimiento de los demás.

Desde la perspectiva budista, la vida y la muerte son dos fases de un continuum. La vida no comienza con el nacimiento ni termina con la muerte. Todo en el universo, -desde los invisibles microbios del aire que respiramos hasta las grandes espirales de galaxias- está sometido a estas fases. Y nuestras vidas individuales son, asimismo, parte de este gran ritmo cósmico.

Absolutamente todo en el universo, todo lo que sucede, es parte de una vasta red viva de interconexiones. La energía vibrante a la que llamamos vida, y que fluye a través de todo el universo, no tiene principio ni fin. La vida es un proceso de cambio continuo y dinámico.

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